martes, 3 de noviembre de 2015

Memorias de Gapal

“Los geresanos son de buen paso”, solía decir doña Florencia Astudillo, refiriéndose a sus peones indígenas de Ger, pequeño poblado cañari situado al frente de Ducur, hacia un extremo de Gualleturo. Cuando la “Niña” era transportada en “guandos”, el paso de sus esclavos era tan uniforme y coordinado que ella iba cómodamente y casi sin sentir el viaje. Mama Úrsula fue su nana. Un indígena anciano me contaba que de pronto a la poderosa hacendada se le ocurría viajar desde la hacienda de Ger a Cuenca, significaba que un mayordomo tenía de inmediato que reclutar a un buen grupo de peones con sus propios “fiambres” para tal objetivo. En ese rincón olvidado del mapa encuentro también en una choza a “mama Úrsula”, una indígena que bordeaba los cien años y que había sido la criada predilecta de doña Florencia, la añoraba y recordaba con pena, lo mismo que los indios viejos “porque la niña era buena y no le guardamos rencor”. El viaje con “tambos y todo duraba tres días; la “patrona” iba arriba muy cómoda acompañada de dos perros negros para los cuales se preparaba un chancho para alimentarlos en el camino, mientras los indios comían su propio “charqui” y bebían agua en las fuentes del recorrido. Al final llegaban a Cuenca a la hacienda cuya casa algunos creen que es la de Chaguarchimbana, situada entre el Vergel y Gapal, desde cuyos balcones la mujer solterona arrojaba algunas monedas a los indios como pago por el servicio, pero con la condición de que “no gasten en trago y lleven ropita para los guaguas”. Un indio anciano me dijo que en el tumulto no logró coger ni una sola moneda y por ello tuvo que quedarse algunos meses trabajando en la hacienda para poder volver a su casa en Ger. Me contaban además que casi nunca vieron a hombre alguno con ella en la hacienda, salvo un señor que dijeron era su hermano que había venido de México pero que retornó pronto. En 1989 la casa de hacienda de Chaguarchimbana estaba casi en ruinas, igual que la Quinta Bolívar de Papal, pero ésta hoy es un hermoso edificio restaurado. Las colinas de Gapal y el “mal paso”. A causa de las lluvias, los deslaves y la deforestación las colinas de Gapal presentaban un aspecto muy deplorable, pero el hombre es el único culpable, destruye la naturaleza, no la protege ni restaura y labra así su propia desgracia. Transcurridos muchos años del temor que representaba el “mal paso” para los viajeros que frecuentemente eran asaltados en su tránsito de Gapal a Quingeo y 24 años después de la llegada del ferrocarril, el barrio se desarrolla a su manera, “porque Dios es grande”, tiene sus calles polvorientas y viviendas de gente modesta y a veces pobre, reclaman agua potable, arreglo de vías, etc. a la escuela “Huayna Cápac” llegan niños de San Antonio de Gapal, Chilcapamba, El Valle, San José de la Playa y Las Herrerías. La zona tiende a ser populosa. Los Molina, Romero y Lozano, vinieron desde Huigra, Alausí, Riobamba, Tixán y la Nariz del Diablo con niños a cuestas, nacidos en campamentos, en medio de la dura vida del trabajador ferroviario y se quedaron a vivir en Gapal. “El ferrocarril anda de mal en peor”, decía un joven de apellido Romero. Fuente: Historias y sucesos. Cuenca. 2008.

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