jueves, 11 de febrero de 2016

La batalla del PORTETE. Cap. 20. La ruta de La Mar: Paita, Alto Tambo, Macará, Loja.


Nikola Tesla, un genio casi desconocido.



   “El gran fabricante en maravillas”. Así se presentaba al conocido científico, Nikola Tesla, en un artículo de la revista Alrededor del Mundo, correspondiente al 16 de junio de 1899. En dicho artículo, se recogía la presentación en Nueva York, por parte de Tesla, de cuatro de sus inventos o proyectos más asombrosos.

La luz del porvenir

    Consistía en unas bolas de cristal, capaces de iluminarse instantáneamente, con una intensidad tan elevada que parecían ser de fuego. El propio Tesla ponía las bolas en contacto con su cara y su pelo, llegando a solicitar a sus visitantes que las sujetaran con las manos. No obstante, estas bolas de “fuego” no dejaban quemadura ni señal alguna a quien las tocara.

    Tesla, en un intento de asombrar más a los espectadores, dejaba a oscuras la sala, poniendo en marcha las luces mediante un botón. Brillaban como el sol, pero no dañaban de forma alguna los ojos. El resultado que buscó Nikola Tesla durante años, era el de una luz eléctrica capaz de iluminar como la propia luz del día. Sin duda lo consiguió con este invento, al cual no se le veían filamentos en su interior ni conductor que le hiciese llegar la corriente.

El primer panel solar

   No hay duda de que Tesla tenía una gran imaginación, y de que fue un adelantado a su época. Es sabido que él fue quien, muchos años antes, ya comenzó a experimentar con el equivalente actual del sistema WIFI. Sin embargo, el invento del primer panel solar no tiene desperdicio. Pretendía “el gran fabricante en maravillas”, destinar la energía almacenada a través de este invento, para el uso en motores de fábricas, trenes, barcos, etc.

    El artilugio consistía en un alargado cilindro de cristal, con agua en su interior, y rodeado de grandes espejos. La parte superior era de cristal. Se supone que los rayos debían pasar por ese cristal situado en la parte alta, para impactar en los espejos y ser reflejados sobre cristales de aumento, que elevarían la temperatura de los rayos antes de incidir sobre el cilindro. El sistema consistía pues, en una concentración del calor proveniente de los rayos del sol sobre el cilindro de cristal, a través de una serie de espejos y cristales de aumento, dando como resultado un calor extremo.

    El agua que contenía el cilindro estaba tratada químicamente, con el fin de que pudiera evaporarse con mayor rapidez. Una vez convertida en vapor, pasaba a otra cámara por medio de un conducto. En esa cámara, el vapor accionaría un motor ordinario, de potencia proporcional al tamaño del cilindro. Del motor se obtendría electricidad, aprovechable en el acto o almacenada para su posterior uso.

     Tesla comentaba: “Por este sistema, el coste de fabricar vapor para generar electricidad, será infinitamente menor de lo que hoy cuesta solo el carbón. No hay casi gastos de entretenimiento. Todo se reduce al natural desgaste de aparatos y a los sueldos de los ingenieros encargados de cada estación solar”.
 

Telegrafía visual

    Parece increíble pensar que, a finales del siglo XIX, ya hubiese alguien capaz de imaginarse las videollamadas telefónicas. Personalmente es algo que me fascina. Hace relativamente pocos años que a mí me parecía cosa de ciencia-ficción eso de hablar con otra persona a través de la pantallita del teléfono, viéndonos las caras. Recuerdo la mítica serie de televisión El coche fantástico (Knight Rider), en la que Michael Knight hablaba con su jefe, Devon Miles, a través de un pequeño monitor situado en el salpicadero del coche. Pues bien, un siglo antes Nikola Tesla ya contó con la idea de hacerlo posible. Se aseguraba que con el invento de Tesla, se podría ver la cara del interlocutor y todo lo que le rodeara, a través del receptor del teléfono. El aparato, que no pasó de la fase experimental, parece ser que llegó a tener algún tipo de resultado.

    Su principio se basaba en las ondas de luz, capaces de producir en la atmósfera impresiones similares a las que deja el sonido. El problema radicaba en el sistema de recepción de las impresiones de ondas de luz, pues al ser estas más delicadas que las del sonido, se necesitaba un transmisor mucho más complejo.

    Esto no es más que la punta del iceberg. No hay que tener en cuenta tan solo el hecho de si llegaron a tener resultados o no sus inventos, si no lo asombroso de la mente del inventor, que hace más de cien años ya pretendía llevar a cabo metas, tan incomprensibles para su época, como la de intentar ponerse en contacto con otros planetas o la de resucitar a las muertos.
Fuente: Revista Ciencia.